Los discursos parlamentarios de Práxedes Mateo-Sagasta

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Legislatura: 1882-1883 (Cortes de 1881 a 1884)
Sesión: 10 de enero de 1883
Cámara: Congreso de los Diputados
Discurso / Réplica: Discurso
Número y páginas del Diario de Sesiones: 18, 387-389
Tema: Crisis y modificación del Gobierno

El Sr. PRESIDENTE: El Sr. Presidente del Consejo de Ministros tiene la palabra.

El Sr. Presidente del CONSEJO DE MINISTROS (Sagasta): Le agradezco a mi amigo particular el señor Romero y Robledo la lección de derecho público que pretende darme, manifestándome los casos y las circunstancias en que yo debo presentar la dimisión. Se la agradezco, le agradezco la lección; pero voy a advertir a S. S. una cosa: que yo, que soy complaciente por naturaleza, no sólo con mis amigos, sino también con mis adversarios, y más complaciente, no que con mis amigos, pero por lo menos que con mis adversarios, con los de la naturaleza de S. S., debo decirle que estoy dispuesto a darle gusto en muchas cosas, pero lo que es en hacer la dimisión, no. Porque cuando haya yo de presentar la dimisión, eso me corresponde a mí determinarlo, no a S. S. (El Sr. Romero Robledo: A mí juzgarlo también.) Pues júzguelo S. S., pero no me aconseje cuando debo hacerlo; critique que yo no lo haya hecho.

Pero S. S. ha querido darme esa lección, que yo le agradezco, porque S. S., más que de las palabras que yo he tenido la honra de pronunciar aquí, aunque hayan sido breves, ha hecho caso de las noticias que sobre la crisis han corrido y han circulado, y ha empezado por decir que ha sido una crisis muy laboriosa, casi imposible de resolver. Pues una crisis laboriosa que yo, encerrado en mi gabinete, he resuelto en siete horas, y he dado en ese tiempo por terminada la reorganización del Ministerio que S. M. ha tenido la dignación de aceptar, ¿es laboriosa esta crisis? Pues no conozco otra que se resuelva más fácilmente, ni aquí ni fuera de aquí, en el extranjero, siendo así que ha habido crisis que han durado una semana.

No hay más sino que entre nosotros la impaciencia de los hombres políticos es muy grande, y mucho más la impaciencia de los conservadores, que debieran ser [387] más tranquilos por su carácter político; y mucho más la impaciencia del Sr. Romero y Robledo, que es el más impaciente de todos los impacientes conservadores, y no podía resistir que pasara una hora ni que pasara media sin que la crisis se resolviera, sin que todo el Ministerio presentara la dimisión, para tener, sin duda la esperanza de reemplazarle. (Varios Sres. Diputados conservadores: No, no.)

Me alegro que no tengáis esos propósitos, porque entonces necesitaréis mucha resignación al ver que no está tan cerca, en mi juicio, la realización. Por eso también el Sr. Romero y Robledo, haciendo caso de esas noticias y rumores que circulan, y no de las palabras que yo he pronunciado, ha insistido en que yo he cohibido la libertad del Monarca en el ejercicio de su libre, de su omnímoda prerrogativa para el nombramiento de los Ministros. A parte de que esto no puede ser, resulta que no es exacto, que ni siquiera lo he intentado; ¡y cómo había de ser tan loco que lo intentara! Si S. S. me hubiera oído y prescindiera de las noticias y rumores de que ha querido aquí hacerse eco, hubiera visto que yo no he faltado a la exactitud en la relación, ni a lo que dije al Congreso en la comunicación que tuve la honra de pasar a su Presidente.

En realidad no hubo más que cuatro dimisiones presentadas, y presentadas de la manera que he dicho: y cuando di cuenta a S. M. del estado de la cuestión y de las dimisiones presentadas, yo, antes de que S. M. resolviese, le supliqué que, dada la importancia de la crisis, las disposiciones de todos los demás Ministros y la mía, pensara antes de adoptar resolución, hasta el día siguiente que iría a recibir sus órdenes; que al hablarle de todas las soluciones que podían ocurrir, una la de cambiar de política, el Rey creyó que ahora no se trata de eso. Por consiguiente, si no había cambio de política, si no se trataba más que de reemplazar a los Ministros salientes con las tendencias manifestadas por la mayoría y por las minorías de ambos Cuerpos Colegisladores, ¿para qué había de presentar ni hacer alarde de presentar la dimisión, que en último caso no había de tener resultado? ¿Qué necesidad tenía de darme una importancia que en último resultado no quiero? Si sabía yo de antemano que la dimisión no había de ser admitida, ¿para qué la había de presentar?

Pero S. S., haciéndose cargo de los aludidos rumores y no de lo que he dicho, ha querido poner en disonancia o en disidencia al Sr. Ministro de Fomento saliente con sus demás compañeros, y no es así.

Cuando el Sr. Ministro de Hacienda nos propuso su pensamiento, pareció a todos sus demás compañeros, sin prejuzgar el pensamiento en principio, que ofrecería en su realización dificultades, y una de ellas era que sería necesario estudiar detenidamente la cuestión para ver los montes que habían de quedar y los montes que sin inconveniente podrían venderse; que era necesario adelantar ese estudio que ya se había hecho y que se estaba haciendo; y es más, que se había encargado, me parece, por el mismo partido conservador, y por esto era necesario examinar otra porción de cuestiones antes de resolver el asunto en su esencia y fundamente, y eso es lo que sostuvimos todos los demás compañeros con el Sr. Albareda.

Lo que tiene es que el Sr. Romero y Robledo, en la idea peculiar de S. S. de que algunos Ministros han presentado su dimisión para que las presentaran otros, a fin de que otros salieran y volverse a su casa los primeros Ministros dimisionarios, no puede comprender la conducta delicada del Sr. Ministro de Fomento.

Estábamos de acuerdo con el Sr. Ministro de Fomento en que, sin prejuzgar la cuestión en principio, era necesario determinar la manera, la extensión y el tiempo en que se había de llevar a cabo la operación, porque lo que es en absoluto no se puede negar la desamortización, porque hay montes que están destinados a venderse y que están separados del catálogo, por lo que se llaman montes exceptuados; que se está haciendo un estudio para ver si hay más montes que exceptuar (El Sr. Cos-Gayon pide la palabra); de manera que el principio de la desamortización de los montes no está en absoluto desechado ni aun por los mismos conservadores.

Hay que consignar la extensión en que se ha de realizar esa desamortización, en qué tiempo y en qué circunstancias (El Sr. Marqués de Sardoal pide la palabra); eso es lo que se ha de estudiar a su debido tiempo, y el Sr. Ministro de Fomento, que por su cargo tenía el cuidado de los montes del Estado, llevaba naturalmente la representación que le daba su puesto.

Lejos de ser cierto lo que S. S. cree, que hubo Ministros que presentaron la dimisión para que salieran otros y quedarse ellos, el Sr. Albareda no ha querido nunca que se sospechase que promovía una disidencia con un amigo tan querido como el Sr. Camacho; no ha querido nunca que se sospechase que él había podido contribuir a la salida del Sr. Camacho, y entonces dimitió; de manera que ha sucedido precisamente lo contrario de lo que ha querido manifestar el Sr. Romero y Robledo.

Su señoría, dejándose llevar de esos rumores y no de lo que yo le he dicho, al manifestar las dificultades que ha ofrecido la resolución de la crisis, nos ha dicho que yo he estado ofreciendo las carteras de Estado y de Guerra. A S. S. le han engañado también en eso; no habrá nadie que diga que le he ofrecido la cartera de Estado, ni tampoco la de Guerra. Desde el principio, desde que S. M., honrándome con su confianza, me reiteró el encargo de reorganizar el Gabinete, la base de la reorganización era estas carteras, y no he podido ofrecerlas a nadie, y a nadie las he ofrecido. Por consiguiente, han engañado también a S. S. en esto.

¿Por qué han salido los demás Ministros que no han disentido? Ya lo he dicho antes; unos por motivos de salud, otros por cansancio, algunos por cuestiones particulares. El Sr. León y Castillo, por ejemplo, no tiene novedad en su salud, creo yo, pero alguna persona muy querida y allegada a él la tiene, y no podía atender a ella como lo deseaba hace algún tiempo. (Rumores.) Y en último resultado, le voy a decir a S. S. que el señor Albareda y el Sr. León y Castillo, como el Sr. Alonso Martínez y como el Sr. Pavía, han hecho la dimisión porque así lo han creído conveniente. (Nuevos rumores.)

Pues qué, ¿es acaso el cargo de Ministro un cargo concejil? No; el cargo de Ministro se renuncia por motivos políticos; porque lo creen conveniente los que renuncian, al mismo partido, al que creen servir de esta manera, y para facilitar soluciones en cierto sentido, presentan sus dimisiones. Así lo han creído conveniente, y así lo han hecho, porque han creído de este modo servir mejor al Rey, servir a su partido y servir al país.

Hay otra cuestión, que es la cuestión administrativa que ha dado motivo a la crisis. Eso no vamos a [388] discutirlo ahora. ¿Qué piensa de esa cuestión? Dice el Sr. Romero y Robledo. Pues el Gobierno piensa que es una cuestión que hay que estudiar muy detenidamente, y que hay que examinarla muy despacio, y que hay que desamortizar cuanto sea útil desamortizar, y que hay que conservar cuanto sea necesario conservar.

Y para saber lo que sea necesario desamortizar y lo que sea necesario conservar, es menester estudiar, y ese estudio se está haciendo todos los días; para saber lo que hay que desamortizar y lo que hay que conservar, es necesario estudiar detenidamente, con mucho juicio, sin que influya la pasión de partido, sin que influya en ello ningún interés político, porque es una cuestión que afecta grandemente a los intereses de la Patria, y en su resolución no deben figurar para nada las conveniencias de los partidos políticos.

Pero de todas maneras, esta cuestión la dejo al señor Ministro de Hacienda actual, que contestará más concretamente. A mí me basta decir que lo que hay que hacer es examinarla, para que, cualquiera que sea la resolución que se adopte, sea una resolución que aprueben todos los partidos; porque esto no es una cuestión política, sino un asunto que afecta a los intereses generales del país y al porvenir de esta Patria tan desolada, de cuyo estado hay que sacarla cuanto antes con grandes recursos, para fomentar las obras públicas y para poner los ramos de la administración a la altura que se encuentran en todos los países más adelantados. [389]



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